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sábado , abril 20 2024
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ARGENTINA / La vocación de grandeza nacional

Por JUAN GABRIEL LABAKÉ *

En estos momentos de confusión, divisiones internas, degradación de las conductas, olvido de las lealtades, abandono de los ideales por parte de los dirigentes, y por ello mismo de decepción y desesperanza del pueblo argentino, es necesario reflexionar sobre los pilares primigenios y más profundos del pensamiento de Perón. Los valores y creencias que dieron nacimiento al Movimiento Nacional y Popular moderno de nuestro país, y que estuvieron muy cerca de consolidar un Movimiento Nacional y Popular Latinoamericano.

Una de las ideas fundadoras del pensamiento político de Perón, la clave de bóveda de todo su armónico entramado ideológico y doctrinario, es la convicción dogmática del destino de grandeza que tiene la Argentina y, por consiguiente, la vocación de grandeza que acompaña a su pueblo desde al menos 1806, cuando vencimos al invasor inglés por primera vez en nuestra historia patria.

Que una lejana colonia (la más lejana de la Corona Española) se organizara y armara por su cuenta y, con sus escasos y precarios medios e improvisados jefes militares, venciera al imperio más grande de ese momento, es una hazaña inédita en la historia universal.

¿Qué nos movió en 1806 sino el coraje de los grandes?

El mismo coraje de quienes sienten la vocación de grandeza, que produjo el Cabildo Abierto del 22 de mayo, y el decisivo de 3 días después.

Si San Martín no hubiera tenido ese coraje, esa llama sagrada de la vocación de grandeza nacional (en este caso, de grandeza nacional latinoamericana) no habría cruzado Los Andes, enfermo y  montado en una mula (o acostado en un catre), para liberarnos.

Si Artigas no hubiera estado convencido de la vocación de grandeza de nuestros pueblos (de todos los pueblos de la Confederación y de Iberoamérica) y de su destino como tal, jamás habría enfrentado a tres imperios (el inglés, el portugués y el español) y a su obediente apéndice porteño, cuando sólo contaba con los facones gauchos y las lanzas guaraníes de Andresito.

Sin ella, Rosas no se habría animado a enfrentar durante cinco años, para vencerlas al final, a Francia e Inglaterra, las dos mayores potencias del mundo, en su prepotente bloqueo al puerto de Buenos Aires.

Tampoco Roca habría realizado su Campaña del Desierto, si no hubiera tenido una clara convicción sobre la necesidad de asegurar la grandeza territorial de la Argentina.

Ni don Hipólito Yrigoyen habría desobedecido a las potencias vencedoras de la Primera Guerra, cuando exigió que los países vencidos pudieran ingresar a la Liga de las Naciones, porque “los pueblos son sagrados para los pueblos, y las naciones para las naciones”. Tampoco habría saludado a la bandera dominicana, y no a la invasora norteamericana, en 1920.

A todos ellos, a todos sin excepción, los guió y los empujó hacia adelante la vocación de grandeza nacional, y la seguridad de que su pueblo los acompañaba en la patriada.

Valga lo dicho para demostrar que Perón, cuando puso en el centro mismo de su pensamiento político el dogma del destino de grandeza de nuestra patria, no inventó nada, ni partió de una elucubración propia de seudo intelectuales trasnochados, sino que supo interpretar una vieja, ancestral vocación de nuestro pueblo.

Volver a las fuentes, reconstruir el Movimiento Nacional y Popular, recuperar la fuerza del verdadero peronismo, rendir un auténtico homenaje a Perón, el único que él aceptaría si viviera y, por sobre todo, interpretar y cumplir la más recóndita aspiración y pura vocación de nuestro pueblo significa, hoy, poner la grandeza nacional como centro de nuestra meta política.

La meta de fondo. La que enciende corazones y mueve voluntades. La de siempre.

Y digo grandeza nacional y no Argentina Potencia porque, en el ánimo de Perón y en el nuestro, la meta es lograr una nación grande, no sólo en lo material, sino también en lo cultural y espiritual. Se trata de elevar a los pueblos al grado de desarrollo y dignidad que se merecen, sin ninguna extraviada intencionalidad de dominio.

Finalmente, el que argumente que la globalización ya no nos permite mantener y cumplir nuestra histórica vocación de grandeza nacional, o miente, o es un timorato.

A esos no los necesitamos. Ni los queremos en nuestras filas.

Nuestra misión es tarea de valientes y soñadores. Que pisan tierra, pero no barro.

* Militante histórico del peronismo. Abogado. Periodista / La Señal Medios

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